Cuando aprendí a ser alquimista (Parte 1)
En la antigüedad, la alquimia buscaba transmutar la materia en oro. Ahora eso es visto como parte del mundo de la fantasía; sin embargo, la realidad tiene muchas facetas y las experiencias se decantan bajo un crisol muy variado. Se puede mirar de muchas formas.
Yo creo que he hecho alquimia y me considero una alquimista, acaso aún en la etapa de aprendiz. Pero no del modo de los antiguos alquimistas —¡recordemos que el mismo Newton era alquimista!—, creo que he podido transformar la experiencia en algo equivalente al oro. Ojalá pudiera decir que con todas, pero sí puedo decir que he aprendido en estos años a hacer de las vivencias negativas, traumáticas y nocivas… oro.
Por supuesto, aún me falta mucho camino por recorrer, pero puedo jactarme de decir que, al menos, encontré, ¿o construí?... herramientas para trabajar con la experiencia y aprender de ella, limarla, dialogar con ella, mirarla a los ojos, enfrentarlas y crear algo nuevo con ello. Algo valioso. Sí, tan valioso como el oro, o mucho más.
Aprendí que lo negativo, si bien no se puede volver del todo positivo, si es posible extraer de ahí aprendizajes y obtener algo nuevo y mejor, una nueva vida… más sana, más sabia, más realizada.